La naturaleza como testamento: Gaby Pezz en conversación

La naturaleza como testamento: Gaby Pezz en conversación

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Bella Luna

Fotografía de Liliam Pérez

Hay un asombro quieto en la manera en que Gaby Pezz habla de su obra — como si cada cuadro no naciera solo de su mano, sino de fuerzas que ella convoca y deja fluir. Habanera y autodidacta, Gaby comenzó observando con devoción plantas y flores, hasta que, en la soledad de la pandemia, se dedicó a los autorretratos. Cuando los materiales escasearon, aprendió a fabricar su propio papel con las fibras de algodón que suelta la ceiba. Árbol sagrado para pueblos afrocubanos, mayas y tantas otras tradiciones del Caribe y América Latina, la ceiba se levanta con un tronco erizado de espinas. Sus vainas, antes de florecer, se hinchan hasta estallar, liberando nubes de algodón que el viento dispersa. Esta revelación material la llevó más profundo al terreno ancestral: los poderes espirituales y protectores de las plantas, los rituales y mitologías recogidos por Lydia Cabrera en El Monte, y la ausencia de rostros negros en el arte cubano más allá de los estereotipos de esclavitud y sufrimiento.


Desde entonces, Gaby ha ido tejiendo un lenguaje visual que es a la vez terrenal y fantástico. En sus retratos, figuras negras aparecen entre campos floridos y bosques densos — la naturaleza como refugio, como libertad, como el umbral donde lo real se transforma en mito. El monte se convierte en dimensión de supervivencia y metamorfosis, donde historia e imaginación se enlazan.


Su próxima exposición en FÁBRICA, Remedio para vencer, expande esa práctica. A partir del glosario de Cabrera sobre plantas y sus usos físicos y espirituales, Gaby extrae fragmentos poéticos que se funden en sus pinturas, creando escenas donde la naturaleza misma se vuelve remedio y guardiana. La exposición abre el 4 de octubre y podrá visitarse durante todo el mes, acompañada de un programa que invita a sumergirse en los mundos que la artista habita.


Antes de su llegada a Ciudad de México, nos encontramos con Gaby en su propio refugio: Tarará, una comunidad de playa a las afueras de La Habana. En los meses más calurosos, pinta allí con el mar tocando su puerta. El agua, como elemento, no siempre aparece representada en sus cuadros, pero está siempre presente: en los lavados de su acuarela, en la transparencia de sus capas, en el ritmo fluido de su práctica. Para Gaby, el agua es sus raíces, su fuerza vital — memoria hecha materia.


Bella Luna: Cuéntame, ¿desde dónde me llamas ahora mismo? ¿Qué ves, qué escuchas, qué te rodea?
Gaby Pezz: Estoy en Tarará, a las afueras de La Habana. En este momento miro directo a la playa — el mar está justo frente a mí. Por las mañanas me doy un baño antes de empezar a trabajar, y es lo ideal. Mi estudio en el Vedado se vuelve insoportable con el calor, así que dejo cosas allá, pero en realidad trabajo aquí. Desde mi ventana veo árboles — hay un framboyán con unas flores rojas espectaculares — y del otro lado es todo bosque y océano. Estoy completamente rodeada de naturaleza.


Bella Luna: Para quienes aún no te conocen, recuérdanos — ¿quién eres y a qué te dedicas?
Gaby Pezz: Mi nombre es Gabriela Pezz. Tengo 30 años y soy artista autodidacta. En realidad estudié Relaciones Internacionales, pero alrededor de los 23 o 24 años entendí que el arte era mi verdadera pasión y decidí seguir ese camino. Al inicio, mi proceso consistía en observar la naturaleza — plantas, flores, hojas. Esos primeros años fueron un entrenamiento de la mirada, aprender a ver contrastes, formas, detalles. La naturaleza me enseñó a mirar.


Bella Luna: ¿Recuerdas la primera vez que te dijiste a ti misma “soy artista”?
Gaby Pezz: Fue a los 23, justo al terminar la carrera de Relaciones Internacionales. Le dije a mis padres: no quiero esto, quiero hacer arte. Por esa época conocí a Alejandra González, una artista visual cubana muy joven que me animó a hacer un open studio durante la Bienal de La Habana. En seis meses monté mi primera muestra — y vendí dos piezas. Eso me dio la confirmación que necesitaba. Desde entonces ya no hubo marcha atrás.


Bella Luna: ¿Y cuáles son tus primeros recuerdos de Cuba?
Gaby Pezz: La casa de mis abuelos está en Santiago de Cuba. Tenían un patio enorme lleno de árboles frutales — aguacates, mangos. Los veranos allí eran pura magia. Los días eran de ríos y mangos; las noches de carnaval, música en las calles, baile y pan con lechón. Era idílico, lleno de familia y alegría.


Bella Luna: Cuando pintas, ¿qué escuchas?
Gaby Pezz: Sobre todo cantos afrocubanos — hay un disco de Celia Cruz y Mercedita Valdés que me encanta, donde cantan a diferentes orishas acompañadas de tambores batá. Para mí es como música clásica, me pone en trance. También escucho salsa — Los Van Van, Irakere — y boleros. Bola de Nieve es de mis preferidos. La música me conecta con Cuba de una forma visceral.


Bella Luna: Sé que la pandemia fue un momento decisivo para ti… ¿Cómo cambió tu práctica en 2020?
Gaby Pezz: El encierro me empujó a ir más allá de la observación. Ya no podía quedarme quieta. Fue entonces cuando empecé a hacer autorretratos — estudiando mi propia anatomía como forma de expresión. Pero apareció otro reto: no podía comprar el papel que usaba normalmente, porque pasé dos años sin poder salir de Cuba. Ahí fue cuando empecé a experimentar haciendo mi propio papel, buscando fibras con las que pudiera trabajar.


Bella Luna: Háblame de tu descubrimiento de la ceiba como fibra.
Gaby Pezz: Empecé a experimentar con el algodón de ceiba. La ceiba está por todas partes en Cuba, en el Caribe y en América Latina, y en muchos lugares se considera sagrada. En la religión afrocubana es uno de los símbolos principales. La gente deja ofrendas en sus raíces cuando hace una promesa o pide algo — frutas, maíz, incluso animales, según la tradición.

Cuando descubrí que podía usar ese algodón para hacer papel, fue como una revelación. El papel era algo que nunca había visto — parecía casi una lámina de bronce, pero podía pintar sobre él con acuarela, acrílico o tinta. Me abrió un mundo material completamente nuevo. Y también me devolvió a mi propia identidad. Vengo de una familia atea donde la religión nunca formó parte de lo cotidiano, y de pronto estaba frente a un árbol cargado de tanto peso espiritual en mi cultura.


Bella Luna: Y ese descubrimiento te llevó a investigar la mitología afrocubana, ¿verdad?
Gaby Pezz: Exacto. Empecé a preguntarme: ¿cómo es posible que esto forme parte de mi herencia, de mi identidad, y yo no supiera nada al respecto? Fue entonces cuando encontré El Monte de Lydia Cabrera. Ella documentó los mitos y cosmogonías de la religión afrocubana, especialmente su vínculo profundo con la naturaleza. Al leerlo me di cuenta de lo ausente que está esta mitología en la educación cubana — en la escuela nos enseñan mitología griega, incluso historias bíblicas, pero el conocimiento afrocubano queda fuera.

Ese libro me abrió un universo visual completo. Los rituales, las plantas, la idea de que cada raíz, cada hoja, tiene una propiedad física y también espiritual. Que puedes sanar el cuerpo, pero también limpiar el alma. Y que esa energía puede usarse para el bien o para el mal, según cómo la dirijas. Esa dualidad, lo material y lo espiritual, se volvió central en mi obra.


Bella Luna: Lydia Cabrera es una referencia enorme para toda la afrodiáspora. Cuéntame más de lo que El Monte significó para ti.
Gaby Pezz: Descubrir ese libro fue un punto de giro. Cabrera nació en una familia blanca y adinerada de La Habana a principios del siglo XX, pero quienes la criaron — sus nanas, las personas que trabajaban en su casa — eran negras, algunas descendientes directas de África. Desde muy pequeña la llevaban a toques de santo, así que estuvo inmersa en la vida ritual afrocubana. Ella comprendió que la mayoría de quienes guardaban ese conocimiento no sabían leer ni escribir, y se dedicó a documentarlo.

El Monte es el resultado: una recopilación de mitos, cosmologías, historias orales y saberes de plantas transcritos directamente de los practicantes. Conserva una sabiduría que de otro modo se hubiera perdido. Para mí, leerlo fue como abrir la puerta a un universo que culturalmente me pertenecía, pero del cual había estado desconectada. Me dio imágenes, lenguaje y un sentido de pertenencia que transformó mi arte.


Bella Luna: ¿Cómo cambiaron estas revelaciones, tanto materiales como culturales, tu lenguaje artístico?
Gaby Pezz: Mi obra cambió por completo. Empecé a pintar figuras negras — retratos que parecían surgir solos. Por la textura y las imperfecciones del papel artesanal, yo no tenía control absoluto de los trazos. A veces quería que una nariz o una boca saliera de cierta manera, y resultaba distinta. Entonces sucedían estos accidentes y yo sentía que no era solo yo quien estaba pintando, sino que los rostros querían manifestarse. Eso me conmovió profundamente. Esa experiencia me dio una voz y una intención en mi trabajo.


Bella Luna: Has hablado de la representación de las personas negras en el arte cubano. ¿Qué observaste?
Gaby Pezz: Cuando vas al Museo Nacional ves incontables retratos de cubanos blancos adinerados del siglo XIX y XX. Pero cuando se trata de personas negras, las imágenes son casi siempre de esclavos, de pobreza o de hipersexualización. Lo que falta son retratos realistas de personas negras como maestras, diplomáticos, profesionales, o simplemente siendo ellas mismas.

Eso me inspiró a pintar a mi propia familia — como mi abuela, una mujer negra que fue diplomática y que crió a tres hijos con su trabajo y su inteligencia. En mis cuadros coloco estas figuras dentro de la naturaleza — campos floridos, bosques. La naturaleza se convierte en símbolo de libertad y refugio, como los cimarrones que escapaban de la esclavitud y encontraban amparo en el monte.


Bella Luna: En el último año y medio, ¿en qué te has enfocado en tu trabajo?
Gaby Pezz: Me he inspirado en figuras negras — representarlas de maneras que vayan más allá de los estereotipos de siempre. A menudo las pinto en medio de la naturaleza, como si estuvieran en campos floridos o en bosques. La naturaleza sigue siendo el centro de mi obra, pero también se convierte en un símbolo de libertad y de refugio.


Bella Luna: Refugio — ¿en qué sentido?
Gaby Pezz: Porque cuando las personas esclavizadas escapaban de las plantaciones y se convertían en cimarrones, fugitivos, corrían hacia el monte. Entrar en el bosque era entrar en otra dimensión. Tenían que aprender qué plantas podían comer, cuáles servían para curar heridas, cómo camuflarse con el paisaje. Esa supervivencia generó un universo visual para mí — hermoso, poderoso, incluso fantástico.


Bella Luna: ¿Y sientes esa energía en tus propias pinturas?
Gaby Pezz: Totalmente. Cuando te paras frente a las obras, percibes esa carga mística. Es también donde nace la mitología — relatos que provienen de la historia. En la mitología afrocubana se habla a menudo de personas que podían convertirse en aves para volar en momentos de peligro, o transformarse en una flor o en un árbol. Estos mitos vienen de experiencias reales — alguien se adentraba en el monte y nunca se volvía a saber de él. La imaginación llenaba ese vacío: ¿en qué se habría convertido? Ese misterio se cuela en mi arte.


Bella Luna: Háblame de la nueva serie que has estado preparando, Remedio para vencer.
Gaby Pezz: Para esta exposición volví a El Monte. Al final del libro hay un glosario de plantas que describe sus usos tanto físicos como espirituales. He ido subrayando frases que me parecen poéticas y luego imagino escenas a partir de ellas. Un ejemplo es la piña de salón — una piña ornamental pequeña que se suele tener en las casas. Cabrera escribe que la gente enterraba talismanes en sus raíces para atraer la buena suerte, la prosperidad, mantener unido el matrimonio y proteger la salud. Incluso apunta: “Nadie puede sospechar el secreto, la fuerza inteligente y audaz que está escondida muchas veces bajo una bella planta.” 

Esa línea me marcó. La reimaginé como una pareja que se protege mutuamente, con la piña en el centro — como si la acabaran de sembrar sabiendo que cuidaría de su unión. Para mí, estos pasajes muestran cómo la naturaleza siempre ha sido usada como fuerza de protección y de bondad. Traducir eso a la pintura me resulta muy poderoso. La pieza en sí es bastante grande, y cuando te paras frente a ella, las expresiones transmiten ese mismo sentido de belleza y de amparo.


Bella Luna: Has trabajado sobre todo en papel durante seis años. ¿Qué materiales nuevos estás explorando ahora?
Gaby Pezz: La acuarela sobre papel ha sido mi mundo, pero recientemente empecé a experimentar con óleo sobre lienzo. Quiero ver cómo evolucionan mis temas en distintos soportes. También me intriga la seda — trabajar con tinta sobre seda me parece el siguiente paso, aunque aquí en Cuba no he podido conseguirla. Quizás en México.
La acuarela me preparó para esto — me enseñó el contraste, la sombra, la forma. Hay gente que dice que la acuarela es difícil, pero para mí fue el medio más natural. Pigmento, agua, intuición. Me dio la confianza para ahora expandirme a materiales más grandes y exigentes.


Bella Luna: ¿Y qué has aprendido de ti misma a través del arte?
Gaby Pezz: Que los límites que sentimos están sobre todo en la mente. Al principio sólo pintaba obras pequeñas, con miedo de hacer algo más grande. Un día hice una pieza de dos metros. Ahora ya no puedo volver atrás — lo pequeño me resulta demasiado limitado.

El arte también me hizo reflexionar profundamente sobre mi identidad. Viví en Nueva York durante mi adolescencia, cuando mi padre trabajaba en la ONU. Esos años me desconectaron en cierta forma de Cuba. Al regresar, tuve que redescubrir qué quería hacer y en quién quería convertirme. El arte me dio un camino para reconectar con mi herencia y para encontrar un propósito.


Bella Luna: ¿Qué pasa cuando compartes tu arte con el mundo?Gaby Pezz: Al principio uno crea para sí mismo, a partir de algo que resuena por dentro. Pero cuando lo compartes, ves cómo otras personas se identifican con eso. Esa reacción es poderosa — genera diálogo, conexión, incluso sanación. Muchas veces siento que pinto para llenar vacíos — para crear imágenes que no vi cuando era niña, de modo que las personas afrocubanas como yo podamos vernos representadas en la historia visual de nuestro país.

Hay un asombro quieto en la manera en que Gaby Pezz habla de su obra — como si cada cuadro no naciera solo de su mano, sino de fuerzas que ella convoca y deja fluir. Habanera y autodidacta, Gaby comenzó observando con devoción plantas y flores, hasta que, en la soledad de la pandemia, se dedicó a los autorretratos. Cuando los materiales escasearon, aprendió a fabricar su propio papel con las fibras de algodón que suelta la ceiba. Árbol sagrado para pueblos afrocubanos, mayas y tantas otras tradiciones del Caribe y América Latina, la ceiba se levanta con un tronco erizado de espinas. Sus vainas, antes de florecer, se hinchan hasta estallar, liberando nubes de algodón que el viento dispersa. Esta revelación material la llevó más profundo al terreno ancestral: los poderes espirituales y protectores de las plantas, los rituales y mitologías recogidos por Lydia Cabrera en El Monte, y la ausencia de rostros negros en el arte cubano más allá de los estereotipos de esclavitud y sufrimiento.


Desde entonces, Gaby ha ido tejiendo un lenguaje visual que es a la vez terrenal y fantástico. En sus retratos, figuras negras aparecen entre campos floridos y bosques densos — la naturaleza como refugio, como libertad, como el umbral donde lo real se transforma en mito. El monte se convierte en dimensión de supervivencia y metamorfosis, donde historia e imaginación se enlazan.


Su próxima exposición en FÁBRICA, Remedio para vencer, expande esa práctica. A partir del glosario de Cabrera sobre plantas y sus usos físicos y espirituales, Gaby extrae fragmentos poéticos que se funden en sus pinturas, creando escenas donde la naturaleza misma se vuelve remedio y guardiana. La exposición abre el 4 de octubre y podrá visitarse durante todo el mes, acompañada de un programa que invita a sumergirse en los mundos que la artista habita.


Antes de su llegada a Ciudad de México, nos encontramos con Gaby en su propio refugio: Tarará, una comunidad de playa a las afueras de La Habana. En los meses más calurosos, pinta allí con el mar tocando su puerta. El agua, como elemento, no siempre aparece representada en sus cuadros, pero está siempre presente: en los lavados de su acuarela, en la transparencia de sus capas, en el ritmo fluido de su práctica. Para Gaby, el agua es sus raíces, su fuerza vital — memoria hecha materia.


Bella Luna: Cuéntame, ¿desde dónde me llamas ahora mismo? ¿Qué ves, qué escuchas, qué te rodea?
Gaby Pezz: Estoy en Tarará, a las afueras de La Habana. En este momento miro directo a la playa — el mar está justo frente a mí. Por las mañanas me doy un baño antes de empezar a trabajar, y es lo ideal. Mi estudio en el Vedado se vuelve insoportable con el calor, así que dejo cosas allá, pero en realidad trabajo aquí. Desde mi ventana veo árboles — hay un framboyán con unas flores rojas espectaculares — y del otro lado es todo bosque y océano. Estoy completamente rodeada de naturaleza.


Bella Luna: Para quienes aún no te conocen, recuérdanos — ¿quién eres y a qué te dedicas?
Gaby Pezz: Mi nombre es Gabriela Pezz. Tengo 30 años y soy artista autodidacta. En realidad estudié Relaciones Internacionales, pero alrededor de los 23 o 24 años entendí que el arte era mi verdadera pasión y decidí seguir ese camino. Al inicio, mi proceso consistía en observar la naturaleza — plantas, flores, hojas. Esos primeros años fueron un entrenamiento de la mirada, aprender a ver contrastes, formas, detalles. La naturaleza me enseñó a mirar.


Bella Luna: ¿Recuerdas la primera vez que te dijiste a ti misma “soy artista”?
Gaby Pezz: Fue a los 23, justo al terminar la carrera de Relaciones Internacionales. Le dije a mis padres: no quiero esto, quiero hacer arte. Por esa época conocí a Alejandra González, una artista visual cubana muy joven que me animó a hacer un open studio durante la Bienal de La Habana. En seis meses monté mi primera muestra — y vendí dos piezas. Eso me dio la confirmación que necesitaba. Desde entonces ya no hubo marcha atrás.


Bella Luna: ¿Y cuáles son tus primeros recuerdos de Cuba?
Gaby Pezz: La casa de mis abuelos está en Santiago de Cuba. Tenían un patio enorme lleno de árboles frutales — aguacates, mangos. Los veranos allí eran pura magia. Los días eran de ríos y mangos; las noches de carnaval, música en las calles, baile y pan con lechón. Era idílico, lleno de familia y alegría.


Bella Luna: Cuando pintas, ¿qué escuchas?
Gaby Pezz: Sobre todo cantos afrocubanos — hay un disco de Celia Cruz y Mercedita Valdés que me encanta, donde cantan a diferentes orishas acompañadas de tambores batá. Para mí es como música clásica, me pone en trance. También escucho salsa — Los Van Van, Irakere — y boleros. Bola de Nieve es de mis preferidos. La música me conecta con Cuba de una forma visceral.


Bella Luna: Sé que la pandemia fue un momento decisivo para ti… ¿Cómo cambió tu práctica en 2020?
Gaby Pezz: El encierro me empujó a ir más allá de la observación. Ya no podía quedarme quieta. Fue entonces cuando empecé a hacer autorretratos — estudiando mi propia anatomía como forma de expresión. Pero apareció otro reto: no podía comprar el papel que usaba normalmente, porque pasé dos años sin poder salir de Cuba. Ahí fue cuando empecé a experimentar haciendo mi propio papel, buscando fibras con las que pudiera trabajar.


Bella Luna: Háblame de tu descubrimiento de la ceiba como fibra.
Gaby Pezz: Empecé a experimentar con el algodón de ceiba. La ceiba está por todas partes en Cuba, en el Caribe y en América Latina, y en muchos lugares se considera sagrada. En la religión afrocubana es uno de los símbolos principales. La gente deja ofrendas en sus raíces cuando hace una promesa o pide algo — frutas, maíz, incluso animales, según la tradición.

Cuando descubrí que podía usar ese algodón para hacer papel, fue como una revelación. El papel era algo que nunca había visto — parecía casi una lámina de bronce, pero podía pintar sobre él con acuarela, acrílico o tinta. Me abrió un mundo material completamente nuevo. Y también me devolvió a mi propia identidad. Vengo de una familia atea donde la religión nunca formó parte de lo cotidiano, y de pronto estaba frente a un árbol cargado de tanto peso espiritual en mi cultura.


Bella Luna: Y ese descubrimiento te llevó a investigar la mitología afrocubana, ¿verdad?
Gaby Pezz: Exacto. Empecé a preguntarme: ¿cómo es posible que esto forme parte de mi herencia, de mi identidad, y yo no supiera nada al respecto? Fue entonces cuando encontré El Monte de Lydia Cabrera. Ella documentó los mitos y cosmogonías de la religión afrocubana, especialmente su vínculo profundo con la naturaleza. Al leerlo me di cuenta de lo ausente que está esta mitología en la educación cubana — en la escuela nos enseñan mitología griega, incluso historias bíblicas, pero el conocimiento afrocubano queda fuera.

Ese libro me abrió un universo visual completo. Los rituales, las plantas, la idea de que cada raíz, cada hoja, tiene una propiedad física y también espiritual. Que puedes sanar el cuerpo, pero también limpiar el alma. Y que esa energía puede usarse para el bien o para el mal, según cómo la dirijas. Esa dualidad, lo material y lo espiritual, se volvió central en mi obra.


Bella Luna: Lydia Cabrera es una referencia enorme para toda la afrodiáspora. Cuéntame más de lo que El Monte significó para ti.
Gaby Pezz: Descubrir ese libro fue un punto de giro. Cabrera nació en una familia blanca y adinerada de La Habana a principios del siglo XX, pero quienes la criaron — sus nanas, las personas que trabajaban en su casa — eran negras, algunas descendientes directas de África. Desde muy pequeña la llevaban a toques de santo, así que estuvo inmersa en la vida ritual afrocubana. Ella comprendió que la mayoría de quienes guardaban ese conocimiento no sabían leer ni escribir, y se dedicó a documentarlo.

El Monte es el resultado: una recopilación de mitos, cosmologías, historias orales y saberes de plantas transcritos directamente de los practicantes. Conserva una sabiduría que de otro modo se hubiera perdido. Para mí, leerlo fue como abrir la puerta a un universo que culturalmente me pertenecía, pero del cual había estado desconectada. Me dio imágenes, lenguaje y un sentido de pertenencia que transformó mi arte.


Bella Luna: ¿Cómo cambiaron estas revelaciones, tanto materiales como culturales, tu lenguaje artístico?
Gaby Pezz: Mi obra cambió por completo. Empecé a pintar figuras negras — retratos que parecían surgir solos. Por la textura y las imperfecciones del papel artesanal, yo no tenía control absoluto de los trazos. A veces quería que una nariz o una boca saliera de cierta manera, y resultaba distinta. Entonces sucedían estos accidentes y yo sentía que no era solo yo quien estaba pintando, sino que los rostros querían manifestarse. Eso me conmovió profundamente. Esa experiencia me dio una voz y una intención en mi trabajo.


Bella Luna: Has hablado de la representación de las personas negras en el arte cubano. ¿Qué observaste?
Gaby Pezz: Cuando vas al Museo Nacional ves incontables retratos de cubanos blancos adinerados del siglo XIX y XX. Pero cuando se trata de personas negras, las imágenes son casi siempre de esclavos, de pobreza o de hipersexualización. Lo que falta son retratos realistas de personas negras como maestras, diplomáticos, profesionales, o simplemente siendo ellas mismas.

Eso me inspiró a pintar a mi propia familia — como mi abuela, una mujer negra que fue diplomática y que crió a tres hijos con su trabajo y su inteligencia. En mis cuadros coloco estas figuras dentro de la naturaleza — campos floridos, bosques. La naturaleza se convierte en símbolo de libertad y refugio, como los cimarrones que escapaban de la esclavitud y encontraban amparo en el monte.


Bella Luna: En el último año y medio, ¿en qué te has enfocado en tu trabajo?
Gaby Pezz: Me he inspirado en figuras negras — representarlas de maneras que vayan más allá de los estereotipos de siempre. A menudo las pinto en medio de la naturaleza, como si estuvieran en campos floridos o en bosques. La naturaleza sigue siendo el centro de mi obra, pero también se convierte en un símbolo de libertad y de refugio.


Bella Luna: Refugio — ¿en qué sentido?
Gaby Pezz: Porque cuando las personas esclavizadas escapaban de las plantaciones y se convertían en cimarrones, fugitivos, corrían hacia el monte. Entrar en el bosque era entrar en otra dimensión. Tenían que aprender qué plantas podían comer, cuáles servían para curar heridas, cómo camuflarse con el paisaje. Esa supervivencia generó un universo visual para mí — hermoso, poderoso, incluso fantástico.


Bella Luna: ¿Y sientes esa energía en tus propias pinturas?
Gaby Pezz: Totalmente. Cuando te paras frente a las obras, percibes esa carga mística. Es también donde nace la mitología — relatos que provienen de la historia. En la mitología afrocubana se habla a menudo de personas que podían convertirse en aves para volar en momentos de peligro, o transformarse en una flor o en un árbol. Estos mitos vienen de experiencias reales — alguien se adentraba en el monte y nunca se volvía a saber de él. La imaginación llenaba ese vacío: ¿en qué se habría convertido? Ese misterio se cuela en mi arte.


Bella Luna: Háblame de la nueva serie que has estado preparando, Remedio para vencer.
Gaby Pezz: Para esta exposición volví a El Monte. Al final del libro hay un glosario de plantas que describe sus usos tanto físicos como espirituales. He ido subrayando frases que me parecen poéticas y luego imagino escenas a partir de ellas. Un ejemplo es la piña de salón — una piña ornamental pequeña que se suele tener en las casas. Cabrera escribe que la gente enterraba talismanes en sus raíces para atraer la buena suerte, la prosperidad, mantener unido el matrimonio y proteger la salud. Incluso apunta: “Nadie puede sospechar el secreto, la fuerza inteligente y audaz que está escondida muchas veces bajo una bella planta.” 

Esa línea me marcó. La reimaginé como una pareja que se protege mutuamente, con la piña en el centro — como si la acabaran de sembrar sabiendo que cuidaría de su unión. Para mí, estos pasajes muestran cómo la naturaleza siempre ha sido usada como fuerza de protección y de bondad. Traducir eso a la pintura me resulta muy poderoso. La pieza en sí es bastante grande, y cuando te paras frente a ella, las expresiones transmiten ese mismo sentido de belleza y de amparo.


Bella Luna: Has trabajado sobre todo en papel durante seis años. ¿Qué materiales nuevos estás explorando ahora?
Gaby Pezz: La acuarela sobre papel ha sido mi mundo, pero recientemente empecé a experimentar con óleo sobre lienzo. Quiero ver cómo evolucionan mis temas en distintos soportes. También me intriga la seda — trabajar con tinta sobre seda me parece el siguiente paso, aunque aquí en Cuba no he podido conseguirla. Quizás en México.
La acuarela me preparó para esto — me enseñó el contraste, la sombra, la forma. Hay gente que dice que la acuarela es difícil, pero para mí fue el medio más natural. Pigmento, agua, intuición. Me dio la confianza para ahora expandirme a materiales más grandes y exigentes.


Bella Luna: ¿Y qué has aprendido de ti misma a través del arte?
Gaby Pezz: Que los límites que sentimos están sobre todo en la mente. Al principio sólo pintaba obras pequeñas, con miedo de hacer algo más grande. Un día hice una pieza de dos metros. Ahora ya no puedo volver atrás — lo pequeño me resulta demasiado limitado.

El arte también me hizo reflexionar profundamente sobre mi identidad. Viví en Nueva York durante mi adolescencia, cuando mi padre trabajaba en la ONU. Esos años me desconectaron en cierta forma de Cuba. Al regresar, tuve que redescubrir qué quería hacer y en quién quería convertirme. El arte me dio un camino para reconectar con mi herencia y para encontrar un propósito.


Bella Luna: ¿Qué pasa cuando compartes tu arte con el mundo?Gaby Pezz: Al principio uno crea para sí mismo, a partir de algo que resuena por dentro. Pero cuando lo compartes, ves cómo otras personas se identifican con eso. Esa reacción es poderosa — genera diálogo, conexión, incluso sanación. Muchas veces siento que pinto para llenar vacíos — para crear imágenes que no vi cuando era niña, de modo que las personas afrocubanas como yo podamos vernos representadas en la historia visual de nuestro país.

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